El mundo interior.

Cuanto más dolido me siento, cuanto peor creo que me van las cosas, más me refugio en mí mismo. El asunto es en qué tengo en mí mismo para responder a esa necesidad de protección, esa búsqueda del útero materno. Yo tengo las faldas de una abuela, sus tardes con mi merienda favorita, tengo los juegos con mi tía, siempre juegos para agilizar la mente; y cariño, mucho cariño. Eso es lo que me ayuda.

Como todos he pasado túneles oscuros y he pisado y he hecho daño y eso duele. Pero al final, tienes que vivir con ello. No puedes huir. Así que miro los árboles y escucho los pájaros. Porque cuando llegue el último momento, una vez me haya despedido de mis seres queridos -si ello me es posible-, estaré solo ante mi interior.

Y quiero que mientras voy consumiéndome en esa última llama de visión, mientras voy completando el viaje al interior más profundo de mí mismo,a mis últimas vivencias, lo que me vaya encontrando sea todo conocido, bueno o malo, pero admitido, sin sorpresas desagradables.

Me dolerá dejar a mis hijos pero así es como debe ser -Nunca debería ser al revés. He visto cómo eso destroza a las personas-. Mis hijos deben verme partir y afrontarlo como yo deberé hacerlo con mis mayores. Y la vida seguirá y yo estaré en el recuerdo de los que me conocieron y quizá algo más allá.

Después vendrá el olvido, la nada, el Universo que sigue implacable, sereno, con sus explosiones de estrellas, sus luces y su silencio infinito.

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