Antonio se ha ido. Tras un año y medio de enfermedad, el cancer se lo ha llevado. Yo no le conocía mucho; no trabajé con él, no fui su compañero de salidas de fin de semana con la familia, pero cuando le veía me encontraba a gusto con él. Eso sucedía una semana al año, cuando iba a esquiar.

Mientras los esquiones se lanzaban por las pistas a romper marcas o sus piernas, él iba a su ritmo, sabiendo que alguien tenía que acabar el día entero para llevar a sus chicas a casa.
Le apreciaba mucho por su forma de ser. A mí me parecía un hombre eminentemente pacífico, serio, digno, un padre de familia, un adulto de verdad. No sé qué habilidades tenía, pero me gustaba esquiar con él. No había competencia, no había riesgos, sólo la paz de deslizarse tranquilamente y el buen humor siempre.
Aunque no es comparable (él siempre estuvo allí, mucho antes de que yo llegara), yo le veía un poco como yo, en segundo plano; él era el marido de Lourdes, una esquiadora excelente y parte del cogollo de ese grupo de esquí. Pero Antonio se hacía querer; de eso estoy seguro. Yo creo que le gustaba el ambiente del grupo, disfrutaba con ello; quizá no llevaba la voz cantante pero era imprescindible en las reuniones de después del esquí.
Esas reuniones que no serán lo mismo sin su forma de hablar y sin su risa. Si vuelvo a ir al esquí sé que le echaré de menos. Pero lo he colocado aquí, en estas páginas de mi memoria, para que no se me olvide que un día disfruté de su compañía. Descanse en paz.

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