Derrotas


Cuando creía que era un padre responsable y que era capaz de resolver todos los problemas de mis hijos, me encontré perdido, maldiciendo impotente a puñetazos contra una pared y ante un hijo de apenas seis años, desconsolado porque su maestra era una especie de heredera de los más altos valores del franquismo. Aprendí así que nuestros hijos han de enfrentarse al mundo y que nosostros podemos darles consejos y consolarles pero no podemos evitarles el dolor.

Cuando creía que era capaz de reaccionar con calma y cerebralmente ante cualquier situación, me encontré bloqueado con un volante entre las manos, con una familiar histérica al lado. Aprendí entonces que uno no se conoce a sí mismo y que hay personas capaces de influir en tí por encima de tus deseos.

Cuando creía que sabía dar atención a las personas desconsoladas, me encontré balbuceando frases manidas ante la viuda de un amigo demasiado joven para morir. Aprendí de este modo que muchas veces hay que callar y acompañar en el dolor, sin más. Y que por muy seguro que estés, nunca posees el dón si no lo extraes a través de la empatía.

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